jueves, 16 de agosto de 2007

Claudia capítulo 1

Claudia

Para Claudia el despertador suena a las ocho. Se levanta y toma jugo de naranja, observa a Esteban desnudo en la cama y piensa que la vida es agradable a pesar de los problemas financieros y las controversias que estos generan.
Luego, toma su cámara y ajusta el zoom. Cuando enfoca a las nalgas negras, Esteban sonríe, sabe muy bien cuál es su lugar en la habitación y, tras la cortina de conchas, le reclama que no le ha ofrecido nada de tomar.
Ella lo mira con desconcierto.
Al rato Claudia busca ropa adecuada para la exposición de la noche, se imagina a la gente comentando su obra, los titulares en los periódicos al día siguiente, su rostro en la página principal del segmento de cultura, y le dice a Esteban, qué cogida negro, esta vez te pasaste.
De pronto se aburre, es mejor quedarse en casa viendo tele, dice. Pero en seguida saca del armario la jacket de cuero, el pañuelo y su pantalón de mezclilla con agujeros.
¿Querés ir a la expo?
No, responde Esteban. La última estuvo muy aburrida. Y oír a Xavier Del Monte haciendo oda a la fotografía revolucionaria fue patético.
Siempre es lo mismo en esas actividades bohemias; mucho blof y nada de arte…
Fotografía de compromiso social, aclara Claudia. Y, haciendo énfasis del nivel paupérrimo de otros artistas, encendió un cigarrillo y volvió a llenar su vaso con jugo, pero esta vez lo mezcló con vodka barato y trocitos de kiwi.
Dejá de fumar, dice Esteban molesto por las bocanadas. Te vas a morir y nadie va estar para cuidarte.
Mirá negro, yo puedo soportar tu boina ridícula y tu saco de colores, pero que te metás con mis hábitos jamás, ahí si pegaste con pared; querrás decir tus vicios, interrumpe en tono irónico.
Te lo repito; en cuanto a ese tema, mejor no digás nada. Quedate callado.
Bueno, ¿vas a ir a la exposición o no?, recordá que esta vez se trata de la mía, inquirió algo agitada.
¿No te da miedo que tu ex, tan celoso, ande por ahí?
Si algo no soporto es que me contesten con otra pregunta, aparte no hace falta que me recordés a ese imbécil, que para tu información no volverá. Ahora dime, ¿vas o no? Y si no para llamar a un taxi.
Ya te dije que no, prefiero salir a caminar con mi boina ridícula, acotó cortante.
Claudia, ante la inesperada respuesta lo ignoró y se dijo; qué tipo más burdo.
En seguida ella puso el vaso en el fregadero y se metió al baño junto a Esteban. No se abrazaron como de costumbre, su único contacto fue para enjabonarse la espalda.
El no la incitó, ni le reclamó la frialdad de su mirada. Si la seduzco se perdería tiempo valioso. Mejor me quedo en calma, pensó. Aparte, deseo verla en los titulares de mañana.
A pesar de los contratiempos, Esteban entendía muy bien el trabajo de una buena fotógrafa como Claudia, sobre todo en estos tiempos, donde el manejo de los conceptos depende mucho del humor de los creadores.
Claudia salió del baño agitando su pelo. Despacio y con inmediatez provocada colocó sobre su espalda una bata celeste de bolsas grandes y faja doble.
Al poner los pies sobre la alfombra, le pidió a Esteban que le alcanzara la crema que se encontraba en el aparador.
El la tomó con cierta ligereza. Dio una ojeada a las indicaciones de uso y luego de dar unos cuantos pasos la entregó a Claudia medio abierta.
Ella se untó un poco en las manos y se embarró por todo el cuerpo a vista de Esteban. El la observaba con tedio; despacio abría y cerraba los ojos. Claudia encendió el televisor con el volumen al máximo.
Sin exclamar palabra alguna, abrió la gaveta, sacó su cámara digital y le solicitó a Esteban que mirara hacia la ventana con los dedos puestos sobre su abundante pelo crespo.
El, reconociendo el talento de ella se colocó bajo el marco de la puerta y cubrió su frente con la cortina. Esperaba el minúsculo sonido del flash.
Estaba tranquilo, respiraba despacio, relajado, y se venían a su mente recuerdos de la noche anterior.
Despacio, Claudia sacó de su bolsa derecha un dardo rojizo y le exclamó a su amante que la foto estaba en camino.
Así, cuando él previno la venida del flash, ella en vez de oprimir el botón de la cámara le lanzó el dardo directo a la nalga derecha.
El grito de Esteban fue contundente, luego de sentir la dulce anestesia, la punta lo obnubiló hasta caer en la cama.
Claudia se le acercó sonriendo. Estiró las puntas de la sábana y ajustó el lente. Tomó dos fotos; la primera mostraba un plano general de la habitación. La segunda; captaba un primer plano del dardo incrustado.
Pasada media hora, se sirvió otro vaso de jugo. Hizo gárgaras y encendió otro cigarrillo. Prendió incienso para apaciguar el olor.
Emocionada trasladó las fotografías a su computadora portátil. Les cristalizó los bordes y las pasó a blanco y negro.
Al término le costó decidirse por una para abrir la exposición. Sin más eligió la del dardo. Le gustaba el tono intenso.
Tiró la bata por la ventana. Se vistió con cautela. Esteban continuaba tendido sobre la cama; su respiración cada vez era menos penetrante.
Antes de irse y ya vestida se despidió de él con una nalgada y un beso en la espalda. Cerró la puerta con apuro, en sus manos llevaba la foto del dardo y un poemario de José Luis Rey.
Afuera del edificio abordó un taxi. Mientras atravesaba las calles de San José, miraba con nostalgia a los payasos lanza llamas de los semáforos.
Ordenó al taxista que bajaran al café expreso en San Pedro. Allí el taxista le confesó a Claudia que su nombre era Max.
A las seis de la tarde Claudia lo invitó a la expo, aseguró con entereza que le pagaría el día completo.
El aceptó la oferta sin reniego alguno, más que el permiso de llamar a su jefe para avisar que entregaría el carro más tarde de lo acordado.
Sin objeciones ella le ofreció a Max su celular para ahorrarse algunos minutos. Llegado el momento, ambos cruzaron avenida segunda hasta llegar a la expo. Cuando ingresaron Claudia tomó a Max de la mano. Los periodistas se acercaron insistentes y preguntaron cómo se llamaba su nuevo compañero.
El contestó, me llamo Max y soy el mejor taxista de San José, mi número es tal-tal, por si alguno desea contratar mis servicios.
Ante la inesperada respuesta Claudia dejó escapar una carcajada mordaz, al punto de que los periodistas pensaron que se trataba de una broma algo excéntrica de quien fuese cuatro veces la ganadora del premio nacional de fotografía.
¿Y si usted es taxista qué hace con una persona como Claudia?, ostentó sarcástico un presentador de televisión.
Max, sin sorprenderse ante la repugnante pregunta contestó:
Yo con Claudia hago lo que su hermano Camilo hace con su mujer en el motel Edén.
¿Cómo?, exclamó el presentador ruborizado ante el asombro y expectativa de los presentes.
Diay muchacho, dijo Max entrando en calor. En mi trabajo se aprenden muchas cosas.
El presentador palideció como papel.
La noche de la exposición, el comentario de Max fue foco de atención, los otros periodistas quisieron hacer mella de la impactante noticia. Pero él con sórdida candidez explicó que a quien debían entrevistar era a Claudia.
Luego del chasco sucedido, ella sonriente mostró a todos su reciente colección.
De todas, la foto del dardo impresionó a los críticos de arte. Algunos aseguraron que la foto representaba el “Falo Caído” de la sociedad. Otros aseguraban que era la Muerte retratada.
En fin, Max oía los comentarios y los pasaba por alto, los creía absurdos y ridículos. Miraba en la primera fila a Claudia como con ganas de salir.
Se preguntaba qué tenía de bueno la expo. Comía los bocadillos y tomaba el vino de cortesía con cierta desgana. Era uno de esos días…
Como si fueran dos universitarios, Claudia y Max salieron discretamente hacia el bar Sands.
Iban a toda velocidad por la autopista. Querían retraer la música rock. En el carro coreaban canciones de Pink Floyd; Max no sabía hablar inglés y ella tampoco.
Segundos antes de llegar, Claudia encendió el celular y le tomó una foto a Max. El, contento por el aviso de flash se arregló el cuello y sonrió.
En el bar fueron recibidos con asombro. Max pagó las primeras dos cervezas y las demás fueron invitadas por los admiradores de Claudia.
Ellos en ningún momento despreciaron una sola. Era dos por uno y había que aprovechar. Lo mejor fue cuando sonaron homenaje a Jethro Tull.
Después, segundos antes de salir, Claudia abrazó a Max y le pidió que se fuera a vivir con ella.
¿Disculpa?, preguntó asombrado.
Sí, veníte a vivir conmigo, aunque sea sólo por unos días.
¿Estás segura?
Y por qué no abría de estarlo.
No me conocés.
¿Tenés miedo?, susurró Claudia desafiante.
Bueno, contestó Max, ¿por qué no? La verdad es que salir del cuarto de un taller para pasar a tu casa, debe ser como encontrarse un entero de lotería y pegárselo.
Entonces, ¿pasamos por tu ropa?, consultó Claudia medio inquieta.
No tengo nada, interrumpió Max con cierta vergüenza; mañana veo qué me pongo.
Tranquilo, dijo ella. Yo en casa tengo ropa de hombre. Está en perfecto estado.
No se hable más. Es hora de irse, no vayan a quitarme las placas del taxi por manejar tomado.
Claro, enfatizó Claudia, yo también me siento golpeada por licor.
Para sorpresa de ella, Max recordaba muy bien el camino de vuelta.
Cuando llegaron, él le abrió la puerta del carro.
Sin prisa tomaron el ascensor y subieron al apartamento. Claudia suplicó un momento para hacer una pequeña llamada. Disculpa, ya te atiendo, agregó.
No te preocupés, musitó Max. Aquí te espero tranquilo.
Claudia entró discreta y miró la cama. Estaba vacía y con las puntas dobladas. Había manchas de sangre. Huellas marcadas como si alguien hubiese dado tumbos cual abejón de mayo.
Disimulada limpió las manchas, llamó a Max y le enseñó el interior del apartamento. Esta es la cocina, el patio, los cuartos, la bodega…
Cuando ingresó, Max observó el lugar con admiración. Había muchos cuadros y representaciones pictóricas de los setentas, y sobre todo, muchos libros y álbumes de fotografía. También dos o tres esculturas.
Sin embargo, lo que más llamó su atención, fueron las cortinas de conchas y los mosquiteros de plata. Pensó, y saber que de ahora en adelante éste será mi hogar.
Con tono medroso le pidió el baño a Claudia. Ella le dijo que la próxima vez lo tomara sin permiso. Es tu casa también, Max, no hace falta que me solicités nada de lo que aquí ves. Claro, siempre y cuando no se trate de mis cosas personales.
Obvio, susurró extrañado.
No creás, explicó Claudia. Hay cada idiota en este mundo…
Bueno, ahora disculpáme, pero me urge ir a orinar.
Ve tranquilo, recuerda, estás en tu casa.
Max hizo a un lado las cortinas y orinó sentado porque alguien le había dicho que era bueno para la próstata.
Así, cuando sus pantalones se desprendieron, el sueño comenzó a dominarlo. Y en cuestión de segundos, roncaba.
Como en la casa no había puertas, Claudia de lejos lo miró inmóvil a través de las cortinas.
Ella se acercó y le tomó una foto. Sus pantalones rozaban el piso de madera y su barbilla a medio afeitar daba al pecho. Por el lente, ella advertía el papel higiénico sobre el tanque de agua.
Y así, el click del flash pasó desapercibido. Todo parecía estar en orden hasta que ella se tiró al sillón de la sala y reconoció en el techo algunos pentagramas.
Eran alfileres que decían:
“La caravana de tus juegos ahogan el acordeón y mi sangre”…
















Para Max el despertador suena a las cinco de la mañana. Desde niño se despierta temprano para sobrevivir. Es un tipo gracioso, se sabe muchas canciones de los ochentas.
Al día siguiente se levantó de la taza y pidió a Claudia disculpas por el inconveniente.
Es una pena que me hayás encontrado en estas fachas, la verdad, es la primera vez que me pasa algo parecido.
No te preocupés, bromeó Claudia. No hagás un drama por algo que a cualquiera le puede pasar. Además, yo fui quien te traje a vivir conmigo. De hecho, si algo no soporto son los tipos predecibles.
Claro, enfatizó Max, mientras amarraba su cinturón. La gente monótona es aburrida. Al menos eso decía mi madre cuando papá se fue de casa.
Debió ser duro, susurró Claudia.
Más o menos, respondió Max medio apenado. Tenía yo como trece años.
Y contáme, ¿tenés muchos hermanos?, dijo ella.
Dos hasta ahora. Hace como tres años no sé nada de mi familia. He querido contactarme con mi madre, pero sabiendo como es ella de conservadora, de seguro me lleva de vuelta al campo.
¿Y eso?, preguntó extrañada.
Es que como habrás notado no soy de la capital. Cuando tenía dieciocho me vine a trabajar a una maquila con ayuda de un tío, pero no me adapté a sus reglas y tuve que salir huyendo de su casa. Mucho desorden.
Tranquilo, señaló Claudia en voz baja y al oído. Yo creo en el destino y por algo estás aquí ¿no se te hace?
Yo jamás dejo nada al azar, contestó Max con recelo.
¿Por?
La vida de un taxista es parecida a la de un perro callejero, con la diferencia de que en muchas ocasiones servimos de psicólogos, testigos y hasta cómplices.
¿Y eso no es fascinante?, expresó Claudia.
En general el oficio es seductor, pero ya no quiero bretear en esto, sale muy cansado, y cada día sin trabajar es un platal que pierdo.
¿Cómo?, a caso no tienes vacaciones.
Jamás, en este negocio uno alquila el carro por día a nueve mil colones, ya de ahí en adelante lo que uno haga es ganancia.
¿Y si te va mal ese día?
Debo ponerlos de mi bolsa si quiero mantener el empleo.
Tengo una opción de trabajo interesante. Mucho mejor que ser taxista.
¿Cuál?, exclamó Max desesperado.
Es con uno de mis clientes. El tipo es millonario, siempre paga cuanto capricho le de a mis fotografías. Algo escuché de un puesto para chofer.
No suena mal, la verdad me interesa. Mi trabajo además de extenuante es peligroso.
Sí, a cado rato aparecen tus colegas asesinados por cualquier mierda, pero dejemos lo tétrico, mejor pasáme el teléfono para llamar a don Manuel. Como dicen, entre más rápido mejor.
No para todo, especificó Max.
Claudia sonrió al comentario pero le hizo seña de silencio.
¿Aló?, don Manuel.
Sí ¿Con quién tengo el gusto?
Es Claudia, la fotógrafa.
Ah, vaya placer escucharla, Madame. Vi la foto del dardo en el periódico, estuvo genial, sorprendente. Supongo soy el afortunado.
Bueno, eso lo podemos ver en un segundo. El motivo de mi llamada es sobre un asunto de trabajo.
Cualquier asunto que venga de usted seguro es una maravilla, dijo incitante.
Es sobre el puesto de chofer, tengo a mano la persona ideal.
Ya veo, respondió don Manuel con un puro apagado en la boca.
Entonces ¿qué dice?
Vea, detalló él. Yo contrato a esa persona por tres años y posibilidad de prórroga si usted me vende la fotografía del dardo. Y, se la pago a cualquier precio.
Trato hecho, puntualizó Claudia. En segundos le mando al joven y la fotografía.
Perfecto, resaltó don Manuel. Es un gusto tratar con una artista de su talla.
El gusto fue mío, ya verá que el joven es cumplidor.
Lo sé, apuntó don Manuel. Ahí cualquier inconveniente me llama, nos vemos.
Nos vemos, respondió Claudia
En seguida, y luego de cerrar su motorola, don Manuel sacó la chequera y le pidió a su mayordomo un Jack en las rocas. Imaginaba cómo se vería la foto del dardo en su galería personal. Por primera vez colocaría una obra de Claudia a la par de sus boteros.
Ella lo merece, dijo a su perro Chihuahua.














Para don Manuel un despertador es sinónimo de resistencia. Desde pequeño sabe que existen pero nunca ha tenido alguno en sus manos.
Se levanta cuando su perro Quito le lame los cachetes o cuando su esposa le pregunta si tiene ganas de ir a París el fin de semana.
El viaja constantemente y pocas veces se aburre de las colonias finas y la comida exclusiva. Es lo que cualquier latinoamericano es con dinero; un tipo de fiestas, amigos, viajes y derroche.
De su origen sabe muy poco. Con costo sabe que es adoptado y tiene una hermana de crianza.
Es un tipo medio extraño. Contrató de mayordomos a puros ex jugadores de fútbol. Prefiere aquellos que despilfarraron todo en su carrera.
Cuando alguien por descuido le pregunta por la peculiar selección de trabajadores les responde con enojo: No los culpo, ¿quién podría resistir tantas mujeres y tanta fama?
Por eso, en señal de reconocimiento él desea que muchos campeones se retiren a su lado y en buenas condiciones.
Como verán, la familia de don Manuel es algo especial. Su mujer lo engaña con los mayordomos y él la engaña con cualquiera. Son una familia feliz.
¿Cecilia?
Sí mi rey
Mirá reina, ahoritica viene un joven que va trabajar de chofer. Por eso andá avisále a todos que no se extrañen si ven a un tipo blanco de metro ochenta y unos treinta años.
Es más, prepárenle café. No sé si viene comido.
Claro mi amor, dijo doña Cecilia. Vos sabés que yo atiendo bien a los trabajadores.
Pasado algún rato llegó Max, presentándose en el portón con la cédula y la clave de entrada.
Claro, pase, le dijeron en la entrada. Esperábamos su llegada.
Disculpen, me quedé pegado en una presa.
Ya veo, respondió el guarda. Andá por esta ruta, ahí te presentás ante el mayordomo principal y le decís que te comunique con don Manuel o doña Cecilia.
Cuando Max caminó hacia la puerta principal, notó que quien lo recibió era su héroe de infancia, Pablo Bermúdez, campeón de goleo temporada 86-90.
Buenas, usted es don Pablo.
Así es y ¿usted?
Yo soy Max, o al menos así me bautizaron. Y vengo por la vacante de chofer.
Ah sí, lo estábamos esperando, pase usted. Vea, allá están don Manuel y doña Cecilia. Son los jefes. Y, un consejo que te vendría muy bien, si de casualidad la señora te tira los perros, quitátelos con el cuento de que sos un hombre casado y con hijos. Eso a ella siempre la conmueve.
Pura vida, dijo Max.
Ahora vete, hace rato te están esperando.
Una última pregunta
¿Sí?
Don Pablo, ¿Cómo hizo usted en el mundial para hacerle a Brasil el gol de palomita a pierna cambiada?
Hay muchacho, luego te explico. Ya vendrán días en los que podrás ir a jugar con nosotros. Aquí los trabajadores tenemos una rejunta para mejenguear los fines de semana. Aceptamos retos de todo el país.
Buenísimo, ahí cualquier vara estamos en contacto.
Ok…
Max cruzó una piscina hasta llegar a la mesa con sombrilla donde estaban los jefes.
Apareció nervioso, como si el cuadro que tenía bajo su camisa lo amedrentara.
Buenas, ¿cómo les va? Mi nombre es Max, soy el chofer que Claudia les recomendó.
Ya veo, respondió doña Cecilia. Vaya a la bodega, ahí le van a dar las instrucciones y el uniforme.
Claro, respondió Max medio tranquilo. Voy de inmediato.
Otra cosa, acotó la señora. Don Max, usted debe quedarse a vivir aquí con nosotros, no sé si le dijeron pero debe estar disponible las 24 horas durante cinco días a la semana. Por lo tanto no se le olvide pedir una habitación.
Pero qué hago, preguntó Max desconsolado. Supuestamente me iba ir a vivir con Claudia, qué le digo.
No se preocupe por eso, exaltó la señora. Yo llamaré a Claudia y le explicaré; ella deberá entender que es por tu bien.
Gracias señora, ahora con su permiso me retiro.
Disculpá, interfirió don Manuel, ¿esa que tenés bajo la camisa es la fotografía del dardo?
Huy, lo siento señor, olvidé dársela; venía algo nervioso.
No se preocupe don Max, lo importante es que ya está aquí.
Después, don Manuel agarró la fotografía. Con los ojos medio cerrados observó el dardo incrustado en la nalga. Por un momento alucinó gaviotas y colores.
Ya sabrán; la foto para don Manuel representa el deseo adolescente de ser en el cuerpo de otro hombre.










El despertador para cualquier trabajador de don Manuel suena a las ocho de la mañana. Salvo los guardas de la noche, todos deben iniciar sus labores a esa hora.
Doña Cecilia pasa por la cocina como a las nueve. Ordena el desayuno para ella y su esposo. Los lunes prefiere tomar café de exportación y saborear pan italiano.
Los martes, son menos cansados para los trabajadores. Los jefes no desayunan en casa, van al club a jugar billar o a una limpieza facial.
No tienen hijos pero en casa hay como quince perros. Todos son chihuahua. Es raro, antes tenían solo pastores alemanes.
Últimamente don Manuel no quiere salir de casa y eso ha generado controversias maritales.
Esta semana ha cambiado su rutina de club y agenda. Pasa horas admirando en la pared el dardo incrustado. Cada día lo imagina diferente, y eso preocupa a todos los empleados. Casi no lo ven dando vueltas por la casa. Lo empiezan a echar de menos.
Su esposa ante la preocupación y luego de pedirle consejo a su terapeuta le insistió a don Manuel que saliera a tomar aire, cuando menos.
No es posible que te la pasés en ese sillón horas apreciando esa nalga, gritó doña Cecilia desesperada.
¿No te da vergüenza?, exclamó don Manuel.
¿No me da vergüenza qué?
Ser tan ignorante.
No me insultés, respondió insolente doña Cecilia.
De acuerdo, no debí ofenderte, reina. Pero me enoja que te pongás así ante la mejor obra artística nacida en Costa Rica.
Es aberrante tu obsesión, dijo la señora. Estás mal y necesitás ayuda.
Salí de aquí y dejáme en paz con mi foto, solicitó don Manuel tranquilo.
Doña Cecilia, al escuchar la despótica petición, sintió deseos de calcinar a Claudia, la foto, el mundo.
Para Claudia el despertador sonó como de costumbre. Se levantó pensando en Max y su primer día de trabajo en casa de don Manuel.
Ojalá no la haya cagado, pensó. El primer día es importantísimo, la imagen y el cuento de la eficiencia. Sin embargo tengo fe, con poco tiempo de conocer a Max uno ya puede presumir que le irá bien. Es un muchacho valioso, luchador y respetuoso. Medio charralero pero pura vida.
Abrió la refrigeradora y notó que la caja de jugo de naranja estaba vacía, así también la botella del vodka. Aunque Max no había traído el cheque de la foto, algo tenía para comprar la mezcla perfecta y el kiwi.
Bajó el apartamento y llegó al supermercado que está a trescientos metros de su edificio. El cajero era nuevo, ella conocía a todos pero este se veía muy bien, atraía la mirada de Claudia.
Le calculó unos veinte años, pensó que sería interesante conocerlo. Así, una hora después, cuando ya no había fila en la caja del joven, Claudia corrió hacia la misma con su litro preferido y su jugo de naranja.
Hola, buen día.
Buen día tenga usted señorita ¿Desea algo más?
En realidad sí pero no es algo que pueda comprar aquí.
¿Puedo ayudarle?, puntualizó medio curioso.
Claro que me puede ayudar, dijo Claudia contenta. Sucede lo siguiente; soy fotógrafa y necesito un modelo.
¿Cómo es posible?, una fotógrafa tan atractiva y no tiene uno.
Para que vea, no todo está en la belleza.
Decíme una cosa, curioseó Claudia.
¿Sí?
¿A vos te gustaría ser modelo?
Claro, a quién no.
Bueno, tomando en cuenta tu notorio interés, puedo pensar que estás contratado, ¿Te parece?
Sería interesante probar, contestó el joven mientras contaba el vuelto y miraba de reojo los espejos del súper.
Excelente, señaló Claudia. Ahora dame tu teléfono, yo te llamo para explicarte la dirección y encargarte algunas cosas del súper.
Está bien, manifestó el joven de pelo negro. Yo salgo de aquí como a las ocho de la noche. Luego, en una factura de compras, apuntó el teléfono celular y se lo entregó a ella con cierto nerviosismo.
Nos vemos, señorita.
Mi nombre es Claudia.
Bueno, Claudia, pase usted un buen día.
Y tu nombre: ¿no me lo vas a decir?
Por supuesto, me llamo Javier pero todos me dicen “Veleta”.
Nos vemos entonces Veleta, esperá mi llamada.
Chao.
Claudia hizo un gesto con la mano antes de salir y se despidió con extremada confianza.
Caminó despacio hasta llegar de nuevo al edificio. Antes de entrar lo notó viejo y desgastado. Subió a su casa por las escaleras. Estaba harta del elevador. Antes de abrir la puerta suspiró tres veces en señal de asombro.
Sabía que esa noche sería de riesgo. Generalmente los jóvenes modelos son distraídos y se cansan rápido. Cuando son retratados de frente no pueden mantenerse firmes por mucho tiempo. Algunos, hasta cierran los ojos en momentos cruciales.

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